Introdujo presurosa el cuerpo sin vida y aun tibio en el baúl de su auto y se dirigió en veloz carrera al hospital.
La brigada
policial que acudió de inmediato al llamado telefónico urgente de la mujer, solo encuentra sobre el piso del garaje, abierto de par en par, un
hilo de sangre que empieza cerca de un casquillo de proyectil y conduce, a
pocos pasos, a ninguna parte.
Otro
vehículo, instantes después de la detonación, emprende huida amparado en la
oscuridad de la noche, mezclado en el ya escaso tránsito citadino hacia un bar
de los suburbios, donde sus ocupantes habrían de celebrar el crimen perfecto.
Perfecto
durante un día.
El enfermero
conduce con visible agitación la camilla con el
cuerpo inerte por los pasillos hacia la sala quirúrgica, no por el
apremio de salvar una vida sino intimidado por un misterioso afán concentrado en el dedo de la dama bajo el abrigo, convertido en el cañón de
un revolver.
El asesino,
quien planeó meticulosamente con su cómplice el crimen y esperó hasta el
momento oportuno, no salía de su asombro al ver su retrato hablado, no
cualquier bosquejo policial, sino “su” retrato verdadero, plasmado en las
pantallas de la tv y los periódicos locales ¿Que salió tan mal?
El cirujano,
todo para él inexplicable, no logró entender en qué momento él mismo se sintió
culpable de las nefastas consecuencias del crimen, y muy a su pesar profesional
tuvo que acceder a regañadientes a la obstinada petición de la mujer.
Fue así como
una vez recuperada de la anestesia de la primera etapa del procedimiento, solicitó desde su camilla la
presencia del dibujante criminalístico para hacer la más precisa descripción
del rostro de quien oprimió vilmente el gatillo, pocas horas antes.
No pasó
mucho tiempo de cometido el asesinato, cuando ya comparecían ante el juez el
homicida y su secuaz, enfrentando larga condena.
“Sírvase
explicar amplia y detalladamente, pregunta el juez subrayando cada palabra y
sin quitar sus ojos de encima de la testigo, la razón por la cual trasladó al hospital
el cuerpo sin vida y qué tipo de operación obligó al equipo médico que le practicaran”.
La mujer, aún
convaleciente, se limitó a entregar copia de su historia clínica al secretario,
al momento en que llamaba al cirujano
para expresar su agradecimiento por el trasplante en su cuerpo y posterior retiro del riñón de
su marido, trabajo sin el cual el crimen habría quedado en absoluta impunidad.
Nota: La temática de este cuento no es producto de la imaginación. Paul Pearsall reporta el caso de la paciente preadolescente de trasplante de corazón, quien al despertar de la anestesia decía con insistencia: “yo sé quién mató al dueño de mi corazón”. Su familia contó esto como una anécdota a la trabajadora social del Hospital en Hawái, quien conocedora de las circunstancias de la muerte del donante, alertó a la policía, por lo que no tuvo dificultades en hallar al culpable luego que la niña señalara con su dedo al asesino en la baraja de fotografías de sospechosos puesta a su disposición.
Nota: La temática de este cuento no es producto de la imaginación. Paul Pearsall reporta el caso de la paciente preadolescente de trasplante de corazón, quien al despertar de la anestesia decía con insistencia: “yo sé quién mató al dueño de mi corazón”. Su familia contó esto como una anécdota a la trabajadora social del Hospital en Hawái, quien conocedora de las circunstancias de la muerte del donante, alertó a la policía, por lo que no tuvo dificultades en hallar al culpable luego que la niña señalara con su dedo al asesino en la baraja de fotografías de sospechosos puesta a su disposición.