domingo, 14 de mayo de 2017

EL ESCAPISTA




La mano asesina fue detenida justo en el instante que pretendía asestar el golpe mortal.

El momentáneo silencio subsecuente le bastó para comprender que su destino lo conducía, no por la senda del crimen, sino por un afán mucho más incomprensible.

Por esto no opuso resistencia a la aprehensión, y, casi, insta al agente para que lo condujera al calabozo.

No pasó mucho tiempo para que, valido de su verdadero instinto, obtuvo la llave de la reja, y en el mínimo descuido, a plena luz del día, no pudo contener su amplia sonrisa de victoria: había escapado de su celda.

Ya libre, sintió que su ser se hallaba incompleto y en un lance, que luego explicaría al juez como una fuerza que lo domina, incurrió en el atraco que lo condujo, de nuevo, a la cárcel.

No se había sentado en el camastro de cemento asignado, cuando ya había descubierto una fisura en la rutina carcelaria, y de inmediato urdió su exitoso plan para regresar a las calles en el fondo del contenedor de la basura.

Ya había perdido la cuenta de sus más intrépidos escapes, que le producían, no solo enorme gozo sino el verdadero encuentro consigo mismo.

Pero la gendarmería ya no estaba dispuesta a tolerar otra humillación. Y esta vez, caído en la redada con el botín del banco, fue llevado, no a la más hermética de las celdas, sino al pabellón de la silla eléctrica.


El corto tiempo de tranquilidad en la ciudad se vio turbado al constatar la tierra removida que demostraba su último escape, del cementerio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario