jueves, 14 de diciembre de 2017

EL TRASPLANTE


                   
     Este cuento salió poco antes que el equipo Canavero-Xioping planearan realizar el trasplante de cabeza, y se refiere a un nuevo paradigma insospechado que podría ser descubierto si el paciente logra sobrevivir para contarlo. ¿Ficción? Es probable que no


I Parte


Después del partido de fútbol, Igor, de abombado rostro asiático, tomó la decisión más dramática de su vida. No quería estar cuadripléjico ni un minuto más, y soñando meter ese gol que acababa de ver, tomó su celular y llamó al hospital.

No fueron necesarias más explicaciones. Igor aceptó en el quirófano todas las consecuencias del procedimiento.

Mientras tanto, al otro extremo de la ciudad, un marinero tomó la decisión más dramática de su vida. No quería tolerar tal insolencia ni un minuto más, y creyendo resolver el asunto, tomó su pistola y le disparó en la frente.

No fueron necesarias más investigaciones. El marinero aceptó en la comisaría todas las consecuencias del crimen.

Igor y el muerto se irían a encontrar en un momento de sus historias jamás pensado. Pero lo más increíble estaba por ocurrir luego de cruzar sus vidas en un salto aún desconocido por la ciencia.


En tortuoso despertar de la anestesia, el paciente se incorporó lentamente y muy atolondrado al borde de su cama. Se dirigió con paso tembloroso rumbo al lavabo donde profirió un grito aterrador que hizo saltar en veloz carrera a la enfermera. Allí lo encontró en un rictus de terror frente al espejo aferrándose la cabeza con sus manos. Sus atinadas explicaciones sobre los efectos de la cirugía, lo confundieron aún más. 

Con pasos arrastrados y aun con la batola levemente ensangrentada, se dirigió por el corredor hacia la puerta, y avanzó por los andenes gritando como un loco para estupefacción de los cirujanos, pues no se dirigía tras del gol soñado, sino emitiendo misteriosos alaridos guturales: 

¡!! Yack, te encontraré…¡¡¡¡



II parte



Años después tornó al bar de costumbre luego de purgar larga condena, con el propósito de encontrar algún sentido para su triste vida. Y lo que más le importaba, su viejo tormento en la soledad de la celda, era olvidar aquel disparo en la frente.

En el otro extremo de la ciudad, todos sus amigos extrañaban el entusiasmo de aquel chico inválido cuyo nombre quedó impreso en un gran cartel: “Estadio de fútbol Igor”. 

Pero lo que más extrañaban no era que no volviera, sino que hubiese olvidado totalmente su enorme pasión por los goles y por el contrario, se entregara como un habitante más de la calle, repitiendo un nombre carente de todo significado.

Pero un día, ese nombre adquirió significado.

Los clientes no salían de su asombro cuando aquel hombre de abrigo raído y amplia cicatriz alrededor de su cuello, irrumpió al bar abriendo la puerta con un puntapié que acalló súbitamente el bullicio, y luego de atisbar por unos instantes a su alrededor, se dirigió hacia la barra sin apartar la mirada sobre el solitario exconvicto, quien con ojos desorbitados le costó comprender el gesto de aquel abombado rostro asiático sobre el suyo, que al momento de hincar su índice en la frente le exclamó:

¡Yack, ni usted es usted ni yo soy yo! 


III parte



Nunca se pudo recuperar del tremendo impacto que le significó ese inesperado momento. Nadie más en el mundo sino el muerto fue testigo presencial de ese disparo. Tuvo la certeza que su encuentro fue con el muerto viviente, y si era un hombre solitario, ahora temía acercarse a nadie. En el bar le decían, Yack, el mudo.

En el otro extremo de la ciudad, se ajustó la oscura bufanda al pasar frente al hospital y se detuvo por un momento ante a la puerta por donde salió, años atrás, portador una nueva vida que sintió distante.

Las calles lo condujeron hacia un portal enmarcado por un gran cartel. Sintió el extraño impulso de pasar bajo él y de repente estaba en la grama de un estadio de fútbol.

Siguiendo un instinto inexplicable, se despojó de su bufanda. Lenta y estudiadamente la enrolló formando un gran nudo esférico y la colocó suavemente sobre la raya del penalti al momento que oye la aclamación del público; ...¡!...Igor, Igor, Igor….¡¡¡… 

No pudo más que emocionarse, y tomando impulso, su público se puso de pie y contuvo la respiración. Se lanzó sobre el balón y con un disparo perfecto que le imprimió vibración metálica, lo impulsó con tal efecto que formó en su trayectoria un arco que atrapó las miradas y lentificó el tiempo, y en cámara lenta la estupenda estirada del portero a duras penas le alcanzó para rasguñar la superficie del esférico que siguió su glorioso camino, justo bajo el ángulo de los postes, para abombar la red que produjo el gran estallido del estadio: ¡!!goooooooollllll, gooooooollll¡¡¡. 

Sintió que era real, no por la aclamación de su público sino porque por primera vez en su nueva vida, se formó en su abombado rostro asiático una amplia sonrisa de satisfacción.  

Deshizo cuidadosamente el nudo de la bufanda como en regreso de un misterioso mundo de maravilla.


Al enrollarla en su cuello, como un sueño hecho realidad, tuvo la extraña impresión que no fue aquel disparo verdadero sino este disparo fantástico que lo llevó al fin de su vida, y tomó camino por el nublado bosque, para nunca más regresar. 





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