Este cuento
salió poco antes que el equipo Canavero-Xioping planearan realizar el trasplante de
cabeza, y se refiere a un nuevo paradigma insospechado que podría ser
descubierto si el paciente logra sobrevivir para contarlo. ¿Ficción? Es probable que no
I Parte
Después del
partido de fútbol, Igor, de abombado rostro asiático, tomó la decisión más dramática de su vida. No quería
estar cuadripléjico ni un minuto más, y soñando meter ese gol que acababa de
ver, tomó su celular y llamó al hospital.
No fueron
necesarias más explicaciones. Igor aceptó en el quirófano todas las
consecuencias del procedimiento.
Mientras
tanto, al otro extremo de la ciudad, un marinero tomó la decisión más dramática de su
vida. No quería tolerar tal insolencia ni un minuto más, y creyendo resolver el asunto, tomó su pistola y le disparó en la frente.
No fueron
necesarias más investigaciones. El marinero aceptó en la comisaría todas las
consecuencias del crimen.
Igor y el
muerto se irían a encontrar en un momento de sus historias jamás pensado. Pero
lo más increíble estaba por ocurrir luego de cruzar sus vidas en un salto aún
desconocido por la ciencia.
En tortuoso
despertar de la anestesia, el paciente se incorporó lentamente y muy
atolondrado al borde de su cama. Se dirigió con paso tembloroso rumbo al lavabo
donde profirió un grito aterrador que hizo saltar en veloz carrera a la
enfermera. Allí lo encontró en un rictus de terror frente al espejo aferrándose
la cabeza con sus manos. Sus atinadas explicaciones sobre los efectos de la
cirugía, lo confundieron aún más.
Con pasos arrastrados y aun con la batola
levemente ensangrentada, se dirigió por el corredor hacia la puerta, y avanzó por
los andenes gritando como un loco para estupefacción de los cirujanos, pues no
se dirigía tras del gol soñado, sino emitiendo misteriosos alaridos guturales:
¡!! Yack, te encontraré…¡¡¡¡
II parte
II parte
Años después
tornó al bar de costumbre luego de purgar larga condena, con el propósito de
encontrar algún sentido para su triste vida. Y lo que más le importaba, su viejo
tormento en la soledad de la celda, era olvidar aquel
disparo en la frente.
En el otro
extremo de la ciudad, todos sus amigos extrañaban el entusiasmo de aquel chico inválido
cuyo nombre quedó impreso en un gran cartel: “Estadio de fútbol Igor”.
Pero lo
que más extrañaban no era que no volviera, sino que hubiese olvidado totalmente
su enorme pasión por los goles y por el contrario, se entregara como un
habitante más de la calle, repitiendo un nombre carente de todo significado.
Pero un día,
ese nombre adquirió significado.
Los clientes no salían de su asombro cuando aquel hombre de abrigo raído y amplia cicatriz alrededor de su cuello, irrumpió al bar abriendo la puerta con un puntapié que acalló súbitamente el bullicio, y luego de atisbar por unos instantes a su alrededor, se dirigió hacia la barra sin apartar la mirada sobre el solitario exconvicto, quien con ojos desorbitados le costó comprender el gesto de aquel abombado rostro asiático sobre el suyo, que al momento de hincar su índice en la frente le exclamó:
Los clientes no salían de su asombro cuando aquel hombre de abrigo raído y amplia cicatriz alrededor de su cuello, irrumpió al bar abriendo la puerta con un puntapié que acalló súbitamente el bullicio, y luego de atisbar por unos instantes a su alrededor, se dirigió hacia la barra sin apartar la mirada sobre el solitario exconvicto, quien con ojos desorbitados le costó comprender el gesto de aquel abombado rostro asiático sobre el suyo, que al momento de hincar su índice en la frente le exclamó:
¡Yack, ni usted es usted ni yo soy yo!
III parte
III parte
Nunca se
pudo recuperar del tremendo impacto que le significó ese inesperado momento. Nadie
más en el mundo sino el muerto fue testigo presencial de ese disparo. Tuvo la
certeza que su encuentro fue con el muerto viviente, y si era un hombre
solitario, ahora temía acercarse a nadie. En el bar le decían, Yack, el mudo.
En el otro
extremo de la ciudad, se ajustó la oscura bufanda al pasar frente al hospital y
se detuvo por un momento ante a la puerta por donde salió, años atrás,
portador una nueva vida que sintió distante.
Las calles
lo condujeron hacia un portal enmarcado por un gran cartel. Sintió el extraño
impulso de pasar bajo él y de repente estaba en la grama de un estadio de fútbol.
Siguiendo un instinto inexplicable, se despojó de su bufanda. Lenta y estudiadamente la
enrolló formando un gran nudo esférico y la colocó suavemente sobre la raya del
penalti al momento que oye la aclamación del público; ...¡!...Igor, Igor, Igor….¡¡¡…
No pudo más que emocionarse, y tomando impulso, su público se puso de pie y contuvo
la respiración. Se lanzó sobre el balón y con un disparo perfecto que le imprimió
vibración metálica, lo impulsó con tal efecto que formó en su trayectoria un
arco que atrapó las miradas y lentificó el tiempo, y en cámara lenta la
estupenda estirada del portero a duras penas le alcanzó para rasguñar la
superficie del esférico que siguió su glorioso camino, justo bajo el ángulo de
los postes, para abombar la red que produjo el gran estallido del estadio: ¡!!goooooooollllll,
gooooooollll¡¡¡.
Sintió que era real, no por la aclamación de su público sino
porque por primera vez en su nueva vida, se formó en su abombado rostro
asiático una amplia sonrisa de satisfacción.
Deshizo cuidadosamente
el nudo de la bufanda como en regreso de un misterioso mundo de maravilla.
Al
enrollarla en su cuello, como un sueño hecho realidad, tuvo la extraña impresión que no fue aquel disparo verdadero sino este disparo fantástico que lo llevó al fin de su vida, y tomó camino
por el nublado bosque, para nunca más regresar.
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