domingo, 14 de mayo de 2017

GAITÁN




Al frente, la inmensa extensión del llano con sus múltiples matices de verdes; allá, a la distancia, una brumosa línea señalaba el horizonte; a la izquierda, el majestuoso círculo dorado del sol anunciaba un día caluroso; atrás, los cumulonimbos de la cordillera oriental, cada vez más lejana. El vuelo cursaba sin tropiezos, siguiendo la trayectoria sureste del río según el plan establecido.

Así pudo ser este vuelo de la avioneta monoplaza que partió de la capital, rumbo a lo profundo de la Amazonía, y que en tres horas se proponía cubrir en solitario, como ya lo habría hecho varias veces a lo largo de su experimentada carrera de piloto privado.

En Bogotá, Nora, su novia, esperaba algún mensaje de “López”, como le decía afectuosamente, una vez llegara la noche. Solía ocurrir, no obstante el moderno radioteléfono que tenía instalado en su alcoba, que no lograra ninguna comunicación sólo hasta bien entrada la madrugada.

Tal rutina ocurría a pocos años de la primera mitad de la década de los 80, un día cualquiera, que sin saberlo aun, sería su último vuelo.

“López”, que por entonces tendría unos 40 años, fue criado en un ambiente de barrio bogotano y de no ser por ciertas circunstancias de su vida, habría podido llegar mucho más alto de lo que las avionetas lo habían llevado y a las cuales se había dedicado con esmero desde que terminó su bachillerato.

Dos días de silencio fueron suficientes para que Nora sospechara seriamente que las cosas no marchaban bien. Ni en el club aéreo al cual pertenecía, ni en el aeropuerto, ni la defensa civil, daban cuenta de su paradero. No hubo noticias de ninguna emisora, pues Nora no deseaba ninguna acción más allá de la que pudieran hacer los radioaficionados, de la cual eran filiales.

Por entonces, Rafaela, la suegra de Nora, se encontraba en la ciudad de Ibagué en tratamiento de odontología. Allí se enteró, vía telefónica, de la situación angustiosa que viviría a causa de su hijo.

Ya habían pasado unas pocas semanas de infructuosas averiguaciones sobre la suerte de “López”, cuando, en otra visita a Ibagué, su odontólogo, ignorante de la penosa situación de su paciente, comentó a Rafaela de cómo cierto mago cartomántico lo llevó directo a la casa del chico que días atrás le había sustraído su reloj del consultorio, y así pudo recuperarlo.

Esta anécdota llevó a Rafaela y a Nora a la casa de este mago, pues no quiso obviar ningún medio para dar con el paradero de su hijo.

A una primera cita a la casa del mago, fue Nora, quien para este efecto madrugó desde Bogotá. Este día, en la lectura de sus cartas, el mago urgió la necesidad que debía ser la madre de “López” quien debía estar presente, pues Nora no le aportaba ninguna pista.

Así pues, con gran temor, Rafaela se presentó con Nora a la casa del mago. Esta vez, barajando y tratando de interpretar sus cartas, debió solicitar a Nora que se retirara del recinto, pues ella, sentenció el mago, interfería en su lectura.

Ya sola, Rafaela frente al mago, éste le soltó la única palabra que pudo sustraer de sus cartas sobre este caso: “Gaitán”, le dijo a secas.

Rafaela atónita y al  borde del desmayo, encontró como único medio para desahogar el tarugo que le dejó el mago, revelar el significado de tal palabra a su odontólogo.

Gaitán, el Jorge Eliécer Gaitán Ayala, le dijo con la respiración entrecortada, es el verdadero padre de mi hijo, a quién toda la vida he guardado este secreto.

Fue así que este mago cartomántico, valido de cálculos misteriosos, no halló a “López” en la espesura de la selva, pero sí en la profundidad del corazón de Rafaela.

Nota: Los nombres y algunas circunstancias son ficticios, pero la anécdota del odontólogo y su conexión con la cita del mago es real. Desconozco la veracidad de la filiación de este desaparecido piloto con Gaitán, pero quiero subrayar que cada vez los medios de comunicación masivos mencionan impresionantes conexiones “paranormales” entre las personas, que rebasan toda forma de investigación seria, y cuyo examen genera más preguntas que respuestas.


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